domingo, 24 de septiembre de 2017

El puño en alto: el gran poema socialmente comprometido de Juan Villoro sobre el sismo


Durante décadas los mexicanos nos hemos sentido honrados que en este país se escribieran tres poemas que no tienen parangón con todo lo escrito en el continente americano: Primero Sueño de Sor Juana, Muerte sin fin de José Gorostiza y Canto a un dios mineral de Jorge Cuesta. Son estas, sin dudarlo, tres columnas de la cultura mexicana, que buscan su igual en todo el continente americano.
  
Pero, señoras y señores, este trío que sostiene el cielo de la poesía americana… si, señoras y señores... ahora se ve enriquecido por otra obra que se reconoce de dimensiones titánicas o, “épicas”, como dirían los milenials, todos ellos tan ávidos lectores de Homero, Virgilio, Ariosto, Tasso, Camoens y Ercilla para saber con precisión inexpugnable el significado de tal voz.
  
    Si, señoras y señores, el estrellado cielo poético del Anáhuac nuevamente se ilumina con otra castálida inundación, haciéndonos creer que los habitantes del Helicón han mudádose al altiplano mexicano. ¿De qué otra manera puede explicarse un poema como el que ahora nos entrega la tan sentida e inspirada pluma del delicada y poética alma del vate Juan Villoro, titulado El puño en alto.
   
     Debo reconocer que cada vez que leo el título me tiembla el hálito. ¡Qué magníficas resonancias de la lucha social y comprometida con las clases trabajadoras y, por supuesto, buenas y honradas, resuenan en este completamente inesperado y, ante todo, originalísimo título! Si tuviera marcapaso en mi corazón activista y socialmente comprometido indudablemente se aceleraría. No me cabe la menor duda que los versos iniciales del Canto a un dios mineral de Jorge Cuesta, (“Capto la seña de una mano, y veo / que hay una libertad en mi deseo; / ni dura ni reposa / […]" ), poema que es columna de la cultura poética hispana del siglo XX, se revelan ahora cual profecía del sentido numen poético de Juan Villoro. Pero veamos con detenimiento algunos pasajes de tal arrebatada inspiración comprometida con la lucha social.    
    
     La nueva gran obra de este Virgilio mexicano está constituida por seis partes. El poema inicia magníficamente. No hay otra forma de calificar estos versos arrebatos en las flamas del hálito apolíneo:   
Eres del lugar donde recoges la basura.
Donde dos rayos caen en el mismo sitio.
Porque viste el primero, esperas el segundo.
Y aquí sigues.
Donde la tierra se abre y la gente se junta.
Otra vez llegaste tarde:
(…) 
¡Cómo poder calificar tan extraordinario exordio! Simplemente, la vorágine inspiración que eruptó estos versos es envidiable. Es un verdadero y apasionado beso de lengüita de las nueve musas. Y, probablemente, a pesar del castísimo hábito jerónimo, también estuvo en ese inspirador intercambio de fluidos corporales la Décima. Esta majestuosa y grandiosa obertura, que un lector poco preparado podría creer que son las incriminaciones de una mujer a su marido (Eres del lugar donde recoges la basura / Donde dos rayos caen en el mismo sitio / […]”), el cual regresa de la cantina, (ese lugar donde la tierra se abre y la gente se junta); una pobre esposa con tubos en la cabeza que espera en casa a su marido tan borracho que, tropezándose, ya tiene la vista alterada y ve doble (porque viste el primero, esperas el segundo), es en realidad memorable y desplazarán de la memoria poética colectiva del alma mexicana aquéllos que dictaban Piramidal, funesta, de la tierra / nacida sombra (…)"
  
     No. No se trata de los gritos de una mujer sabiendo que su media naranja está anegada en alcohol como gajito de fruta para el ponche de las próximas e inminentes posadas y que regresa no en la madrugada, sino pasado el mediodía:  

¡Otra vez llegaste tarde:
estás vivo por impuntual
por no asistir a la cita que a las 13:14 te había
dado la muerte

   Si el lector no reconoce que Juan Villoro se esforzó en que estos versos sea resumen, mientras rezuman y rumian todo el problema filosófico del gran libro de Heidegger, entonces no está preparado para entender los conflictos existenciales que caracterizan la obra poética (y también todo el resto) del tan sensible Juan Villoro.   
treinta y dos años después

de la otra cita a la que tampoco llegaste a tiempo
     

No, señores y señoras. No se trata de las recriminaciones de una esposa que está a punto de cumplir sus bodas de cobre, es decir, treinta y dos años de casada, y recuerda que su marido tampoco llegó a tiempo a la boda por haberse emborrachado en la despedida de solteros. Se trata, en realidad de una complejísima y obscura metáfora de claras dificultades gongorinas para signar los misterios y avatares del tiempo mexicano. La esposa no le está recriminando haberle entregado sus mejores años, sino que en realidad estos versos son lo que se conoce en poetología como “metáfora continuada”, pero que Villoro logra con un virtuosismo sin par.     
viste pasar la vida ante
tus ojos como sucede
en las películas     
Pero, permítaseme subrayar la cuestión del virtuosismo de la musa que le chupeteó el oído a Villoro: no se trata de una vulgar y pedestre y penosa oración que dispone en tres líneas para simular versos, como lo hace cualquier tarado que luego se llama poeta socialmente comprometido, sino que -¡oh, maravilla de versificación que haría enmudecer a Ramón Menéndez Pidal y, en especial a Tomás Navarro Tomás!- se trata de dos octasílabos y un pentasílabo proparoxítono final. Si, señores y señoras: aunque la sibilina belleza y marmórea profundidad del verso “en las películas” les obstruya su poder de crítica, deben reconocer que se trata de un pentasílabo proparoxítono perfecto que –digno del mármol de Carrara- pasará de modo ejemplar a los libros futuros de poetología.     
   Ya puedo ver claramente este magnífico pentasílabo proparoxítono que destila apolínea inspiración grabado en los frontispicios de los severos templos dedicados a las artes      

EN LAS PELÍCULAS      

     El poema de Villoro es una histórica transgresión de las más rancias, antiguas y elementales reglas de versificación como lo muestra el siguiente verso: Eres la víctima omitida. El verso no sólo es significativo por su osadísima y original metáfora, sino por introducir el tema que sostendrá todo el cuerpo del resto de este opus magnum, cual piolín, que sostiene un edificio colapsándose después del temblor. Me refiero a la subsiguiente interpelación en tercera persona del héroe anónimo que se describirá utilizándose, -recurso inesperado y originalísimo- una machacona anáfora construida sobre las palabras “El que (…)”     
    Este tan sorprendente, originalísimo y sorpresivo recurso poético permite que, sin ninguna espesura, fluyan, corran y escurran unos versos tan singulares que cualquier lector, por candoroso que sea, sospechará que en 2500 años de tradición poética de Occidente las moradoras del Parnaso nunca tuvieron tal necesidad de tabletas de carbón como la que tuvieron al momento de abrazar a Juan Villoro durante la incontinente inspiración de este magno poema. Y si aun hay quien dude de tales heliconas alturas lea los "versos" de la penúltima y última sección de El puño en alto, que tienen arrebatos tan singulares y profundos como los siguientes con su osadísimo encabalgamiento
El que no tiene guantes.
El que reparte agua
El que regala sus medicinas
porque ya se curó de espanto
[…]      
Indudablemente el último "verso" citado provoca un terremoto de sensaciones encontradas en lo más profundo de mi más elemental gusto poético. Pero eso no es nada comparado con este otro fragmento (no me atrevo a llamar a esto "verso"), el cual es claro ejemplo de una visión poética que solo los más valientes e inconscientes hijos de Erato y Talía podrían pronunciar en un taller poético de provincia sin ruborizarse (con falsa modestia ante tal excelencia, por supuesto)     
El que se quedó sin pila
El que salió a la calle a ofrecer
su celular.      
La cuestión es clara para el conocedor, el cual, por supuesto, rechaza la acusación de que el magnífico poema de Juan Villoro es sólo un paupérrimo textito engaña-bobos que inicialmente escribió en prosa y cuya disposición alteró para que los ignorantes pensaran que esos eran versos, todo con el fin oportunista y publicitario de subirse al tren del sentimentalismo barato y cursi de lo políticamente correcto entre tontos, ignorantes, chairos-carne-de-cañón y chairos-nice (es decir, la gauche-caviar) durante el luto por el sismo de septiembre 2017, ofendiendo la inteligencia de los lectores y la memoria del suceso.
    
     Alguien descuidado podría pensar que El puño en alto es una penosa imitación de las estructuras poetológicas de lo peor del por sí pésimo Ernesto Cardenal (otro "iluminado" y guía de la izquierda delirante), cuyas obras son a su vez parodia del peor Pablo Neruda (y esa parte pésima de la obra de Neruda es bastante considerable), y el cual es una imitación mala de la parte más débil y patética de César Vallejo.  Aun más, se podría pensar que este poema es como si a un vil-loro se le hubiera soltado el pico esperando obtener de las masas chairas obnubiladas una galletita de recompensa  por repetir sin ton ni son lugares comunes. Pero no, señores y señoras: no se engañen.  Las ideas de este excelso poema son tales que después de leerlo a nadie le quedará duda de lo ilimitada que podría ser la inspiración. Así, El puño en alto, título de la obra de Villoro y signo de los rescatistas clamando silencio se vuelve una clara advertencia para guardar silencio para todos los malos escritores. Espero que Villoro lo haya entendido así. Especialmente para el bien de las letras.      
    De tal suerte, no me queda ninguna duda que en el futuro se mencionará Primero Sueño, Muerte sin fin, Canto a un dios mineral y El puño en alto con un solo hálito estremecido en respetuoso fervor poético, como también que por generaciones se tendrá la certeza que las obras de Sor Juana, Gorostiza y Cuesta, sólo fueron profecías del genio de Juan Villoro, un verdadero mesías tropical poético que ha llegado a redimirnos con su socialmente comprometida e inspiradísima luz.